Let's keep it short and sweet.
El cumpleaños de 2016 no fue celebrado con una macro peda. No acabó conmigo haciendo alguna estupidez, con mentadas de madre o con situaciones que a estas alturas del partido ya ni vale la pena recordar. La celebración de este año fue simplemente inolvidable, por todo lo que la rodeó en los días previos, siendo coronada finalmente por la carrera que dedicaría a mi abuelo.
Viajar, como ya hemos comentado anteriormente, es uno de mis más grandes placeres. Hacerlo con amigos es simplemente de otro planeta. El aporte de todos ellos fue importante, y quisiera destacar a mi muchacho el copiloto y el nuevo integrante de este grupúsculo tropical. El primero aguantando vara -y la mayor parte de mis albures- y además permitiendo sacar un poco de tensión cuando más lo necesitaba. El segundo, proporcionando ayuda en los viajes finales, además de mantener la ecuanimidad con un par de delincuentes como el buen J y yo.
De las niñas, nada que agregar. Ambas son unas reinas. Hicieron de este uno de los mejores viajes que hemos podido realizar, sobre todo porque su buena vibra iba de acuerdo con la sintonía del viaje. Las fotos, las risas, y hasta el tragar como gordos sin remedio fue un agasajo, y todo gracias a ellas.
De los mensajes de texto, resalto los que duraron 24 horas, que me hacen creer en la fuerza del destino y me pintan sonrisa de idiota. Igualmente, agradezco a todos los que se tomaron un ratito para felicitar, sea porque se acordaron o porque FB hizo lo propio. De corazón, se les quiere!
Al no tener llenadera, creo prudente programar al menos dos viajes el próximo año. Ojalá la cartera nos dure y se puedan armar.
Y como no podría ser de otra forma, la canción de este blog debe ser bandeña, y no podría ser de otro que de mi Gallo de Oro, quien el mismo día que cumplió 10 años de fallecido me acabó regalando un pomo.
No fue la canción que me hizo ganar, pero así se siente uno el día de hoy...