jueves, 30 de mayo de 2013

Cádiz , a Diez Años

La ciudad...


Hoy, hace 10 años, emprendí el que hasta el momento es el viaje de mi vida. Siendo alguien que ha tenido el privilegio de viajar a casi cualquier ciudad que se ha propuesto -Roma, nos vemos pronto-, el irme allá a la edad que me fui, y sobre todo, vivir todo lo que experimenté, son cosas difíciles de olvidar, así como las circunstancias que me llevaron a ese lugar, en el que Dios mediante, algún día reposarán mis cenizas.

Tal vez todo el asunto se basa en recordar lo que me llevó a querer irme. Salía de una situación personal MUY fuerte, y el hecho de alejarme de todo -y todos- me parecía necesario. Un primer destino frustrado por falta de quórum me llevó a escoger el Puerto de Cádiz como mi residencia, y todos los preparativos se hicieron de manera mucho más formal a partir del 1 de abril de ese año. Tras algunas peticiones para que me quedara por personas muy influyentes en ese tiempo -aún ahora muy queridas-, un día como hoy, hace diez años, abordé un vuelo de KLM para cruzar el charco.

Escala previa en Amsterdam, llegamos a Madrid. Ahí vinieron las primeras pruebas. La amiga que vivía en dicha ciudad no fue por mí, se confundió de día y no estaba en la ciudad -como para llegar a su depa y partir a Cádiz un día después-, por lo que hubo que improvisar. Junto a un personajazo que recién había conocido -un mexicano que quería probar suerte cantando allá- nos dirigimos a Puerta del Sol a conseguir donde dormir. Sólo encontramos un chingado hostal abierto en el cual había un solo cuarto, por lo que hubo que compartir habitación con un total desconocido.

Una vez pasada en vela la primera noche debido a los gemidos de placer de los europeos del cuarto de al lado, nos trepamos a un camión -eeeeeeel bus- para llegar a Cádiz. Una vez allá, las condiciones de vivienda no eran las prometidas, pero fue lo de menos. El grupo, aunque distinto desde su misma conformación, era una chulada. Menos hombres que mujeres -dos de ellas bolivianas- y harta experiencia en las calles de un país que hoy está sumido en una tremenda depresión financiera.

Ya entrando en detalles, los cursos eran una vacilada. Las clases allá no son tan serias como acá, y eso daba oportunidad de conocer los alrededores. Encontrar el mejor bar para echar relajo era el deporte de todos los días, y los viajes empezaron en Sevilla. Visitas intercaladas a plantas -la de Airbus no tiene madre- marcaron los días en el Puerto. Mención aparte los vinos de 50 centavos de euro (a los que atribuimos la pérdida gradual de la vista), las chelas en el Woodstock y todo lo vivido con mis compañeros. El último día, desde acabado el "examen", trajo diversión sana - es un decir- , golpes en un antro, ligue, la huida del teacher, el fin de los días "Big Brother" en que diez personas compartían un baño...todo para llegar el momento en que dejábamos el depa rumbo a Madrid.

En Madrid, pisar el Santiago Bernabeu fue lo más. Los días transcurrieron en calma, conociendo gente que aún llevo en el corazón por todo lo que hicieron por mi, y de la nada surgió el chance de ir a París. Antes de eso, visitar Toledo y otros puntos fueron lo que preparaba el asalto a la Ciudad Luz.

El viaje a París se armó rápido y de mochilazo. Yo tenía que volver por la dueña de mis pensamientos, pero eso no impidió conocer la tumba de Morrison, el Arco, La torre Eiffel y de pasada, ver compitiendo a Lance Armstrong. Así finalizó la primera vuelta a Francia, no sin antes tomar el tren mas lento de la historia.

Regresamos a Madrid, conocimos San Sebastián -ahí, la calle con más bares en el planeta-, llegamos a Marsella, Burdeos y la última escala fue París. El previo a los festejos del Día de la Bastilla era lo que me despedía de un viaje auténticamente irrepetible.

Algún día he de regresar, de una u otra forma, a un lugar en el que fui sumamente feliz. Allá se quedaron los tiempos en que el internet costaba 50 centavos de euro por media hora, las tarjetas de 12 euros para hablar a casa -que muchas veces se dirigían las llamadas a otro lugar-, la paella de 5 euros, y el conocer que a los españoles en playa les gusta ir de chanclas al antro. También se queda allá la fina pronunciación de los anglicismos más famosos -El "deuvedé" (DVD) y el "Beemedobleuve"(BMW) se llevan aún las palmas-, y lo que me traje de allá sin duda, son las personas que estuvieron allá, aguantaron vara, me dieron asilo, me robaron el celular o me acompañaron en mis crudas. A los de Tampico, los del DF, Monterrey o Chihuahua que estaban conmigo, todos ellos tienen un sitio especial. Una parte de mi se quedó en España, no sé que tanto haya evolucionado a partir de ese viaje, pero si sé que todo fue distinto gracias a esa experiencia.



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